Última de Nuestra Señora de San Lorenzo en Valladolid. El Fandi y Garrido triunfan con una excelente corrida de García Jiménez
Publicado en ABC por Andrés Amorós
El granadino no pudo acompañar al extremeño en la salida a hombros por tener que pasar a la enfermería tras ser cogido en el quinto toro

No olvidaremos la Feria que ahora concluye. La gran noticia ha sido el abono completo, la Plaza llena, todas las tardes. Valladolid sigue siendo una ciudad taurina, por mucho que se empeñe en negarlo el sectarismo del actual Ayuntamiento. Esta Feria taurina va a dejar en la ciudad unos ingresos estimados en más de nueve millones de euros. ¡Vaya usted a decir a los que trabajan en hoteles, restaurantes, bares o taxis que hay que suprimir los toros!
Esta Feria ha sido como una ducha escocesa: emociones, el domingo; sopor, el jueves; pasiones desatadas, el viernes; aburrimiento supino, el sábado. ¿Depende de los toreros? ¡Y de los toros! Buscar reses muy suaves suele conducir al desastre. Cuando el toro se cae y da pena, en vez de miedo, la gente se aburre. Así de sencillo.
El Fandi sigue dando espectáculo, con capote y banderillas. En el segundo, pronto y repetidor, despliega todo el repertorio: largas de rodillas, pares gimnásticos, muletazos eléctricos, de hinojos y de pie, con mucho oficio. Mata caído a un excelente «Ateo», que merece ir al cielo de los toros que han sido buenos: dos orejas. Es arrollado al capotear al quinto pero eso no le impide lucirse con el par de «la moviola». El toro embiste con temple, para hacer con él lo que reza su nombre, «Filigrana», pero no es adecuado a su estilo. Se vuelca al matar: oreja.
Después de «lo de Bilbao», José Garrido se ha incorporado al grupo de los jóvenes triunfadores. (¿Cuándo les darán la posibilidad de hacerlo a Ginés Marín y Álvaro Lorenzo?). En el tercero, muy noble, logra verónicas de categoría. Aprovecha las largas embestidas para una faena clásica, rotunda: carga la suerte en los ayudados, liga derechazos y naturales. (Se escucha una voz, en el tendido: «¡Esto sí es torear!»). El arrimón final –para mí, innecesario– sube más el entusiasmo. Mata con decisión: dos orejas. Dibuja lances templados en el último, algo apagadito. Vuelve a mostrarse solvente, con valor seco. Ha de madurar, por supuesto, pero su capacidad es indudable: oreja. Le esperamos en la Feria de Otoño…
Acaba así, con buenos toros y triunfo de los tres diestros, una Feria memorable, para lo bueno y para lo malo. La lección es clara: el gran público acude a ver a las figuras pero, si los toros no tienen un mínimo de casta y fuerza, no hay figuras que valgan. La búsqueda de la comodidad pone siempre a la Fiesta, como en el título de Somerset Maugham, en «el filo de la navaja».