Macarena: lágrimas negras…

Juan Manuel Rodríguez Ojeda cubrió a la Virgen de la Esperanza de gasas de luto el 31 de mayo de 1920 en el fastuoso funeral celebrado en San Gil por el alma de Joselito
Fue en ese clima de turbación, precisamente, en el que se gestó la famosa cuestación popular para sufragar la célebre pluma de oro de Muñoz y Pabón, erigido en vehemente defensor del torero desde las páginas de El Correo de Andalucía después de la polémica surgida por la alcurnia de los funerales dedicados por el Cabildo. Sin solución de continuidad la hermandad de la Macarena iba a preparar las honras fúnebres en el altar mayor de la parroquia de San Gil, trasladando a la mismísima Virgen de la Esperanza desde su capilla. El acta del cabildo de oficiales justificaba la máxima importancia de ese funeral “en atención a las circunstancias que concurrían en el finado de prestar desinteresadamente su valioso concurso en pro del engrandecimiento de esta Hermandad”. La fecha, finalmente, se fijó para el 31 de mayo.
Llegados a este punto hay que volver a evocar el triángulo creativo y revolucionario en el que operaron tres hombres irrepetibles: José, Pabón y Juan Manuel, que gravitaron en todas las órbitas del tsunami creativo que convirtió la antigua cofradía castiza de la puerta de la Macarena en madre y maestra de la Semana Santa popular del futuro. El canónigo ya había rehabilitado la figura de Gallito, discutido por algunas fuerzas vivas de la ciudad después de recibir honras de infante en la catedral: “Joselito contribuyó como un Príncipe a todo lo noble, a todo lo grande, a todo lo santo que se proyectó en Sevilla…” Ahora le tocaba mover ficha a Rodríguez Ojeda…

El Lunes de Pentecostés de aquel año cayó en un 24 de mayo y el miércoles 26, entre las carretas de Triana, desembarcó de nuevo en la ciudad el genial bordador que debió pasar los cuatro días siguientes localizando y recopilando un amplio catálogo de piezas bordadas y enseres que le iban a servir para levantar una tremenda maquinaria funeraria. Pero Rodríguez Ojeda iba a ir mucho más allá. En su imaginación, seguramente, ya había ideado una de las más inconfundibles –también la más breve- iconografías de la Virgen de la Esperanza.

La Esperanza de luto
Pero más allá de aquel montaje que evocaba las efímeras arquitecturas barrocas, Rodríguez Ojeda iba a crear una de las estampas más originales e inconfundibles de la Esperanza Macarena, a la que situó en un altar provisional, bajo un dosel negro plantado en el presbiterio de San Gil. La Virgen aparecía recubierta de gasas y velos negros que transparentaban los bordados de la saya y el manto y la blonda blanca de su toca. No podía ser de otra forma: la Macarena tocaba su cabeza con la fastuosa corona de la joyería Reyes que había soñado Muñoz y Pabón; diseñado Juan Manuel y financiado José con el producto de una novillada veraniega celebrada en la plaza de la Maestranza en 1912. Un pañuelo de encaje –la letrilla popular decía que la Macarena había llorado lágrimas de verdad a la muerte de Joselito- ponía en contrapunto blanco al llanto demoledor –esas lágrimas negras- por el rey de los toreros.
La crónica de El Correo de Andalucía vuelve a servir de hilo de aquella histórica jornada: “…a las diez se entonó la vigilia, por una nutrida capilla de voces, con acompañamiento de orquesta, y seguidamente se cantó la solemne misa de Réquiem del maestro Calahorra, oficiando el predicador de la ciudad, D. José Sebastián y Bandarán. Terminada la misa se cantaron solemnes responsos. El duelo fue presidido por el Canónigo Lectoral, D. Juan Francisco Muñoz y Pabón…”
Aunque existen otras leyendas y tradiciones familiares al respecto, León ha documentado minuciosamente la autoría de la famosa fotografía de la Virgen enlutada. Fue realizada por Ángel Montes y seguramente retocada por Castellano en el célebre estudio que compartían en la calle Feria. Pero la imagen sería retomada por Juan José Serrano para ilustrar la revista ‘Mundo Gráfico’ hasta convertirse en todo un icono de la época.
El mausoleo de Benlliure

La obra magna de Mariano Benlliure fue expuesta en el Palacio de las Bellas Artes –también llamado de Arte Antiguo- de la inminente Exposición Iberoamericana antes de ser emplazada definitivamente en el cementerio en 1926. Benlliure empleó el bronce para el cortejo funerario reservando la blancura del mármol para retratar al coloso caído. El creador recurrió a algunas reminiscencias medievales para trazar ese coro de porteadores que, más allá de las influencias de otros grupos escultóricos como ‘Los burgueses de Calais’ de Rodin, funciona como un auténtico retrato coral que sigue a la inconfundible imagen de la Esperanza Macarena, tal y como la había ataviado Juan Manuel Rodríguez Ojeda el 31 de mayo de 1920. La figura es sostenida por una mujer joven que se ha señalado como María, la mujer del cantaor Curro el de la Jeroma.
